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Caos, magia, música y dinero: la historia de KLF o cómo quemar un millón de libras sin que parezca que estás loco

In Dance usted, Magia y Psicodelia, Sci-fi on 28 noviembre, 2013 at 12:17 pm

En realidad es complicado no pensar que estaban como una puta cabra.

Pero es que la historia de ‘KLF: Chaos Magic Music Money’ no es una historia: es un historión. Y no sólo diría que es el mejor libro que he leído este año, sino que es el mejor libro he leído en mucho tiempo, algo único, parte ensayo, parte crónica musical, parte producto de la pura casualidad. El hecho de que sea un historión que merezca ser rescatado y contado (y de que la casualidad juegue una parte importante en él) no es demasiado complicado si tenemos en cuenta que su materia prima, la historia de KLF, es una mina. A estas alturas es bien conocida, pero yo se la resumo aquí en unas pocas líneas, sacadas directamente de la descripción del libro. Se desarrolla entre finales de los años ochenta y principios de los noventa. «Fueron los mayores vendedores de singles en todo el mundo. Tuvieron premios, credibilidad, éxito comercial y libertad creativa. Borraron sus discos, se borraron a sí mismos de la historia de la música y prendieron fuego a su último millón de libras en un muelle en la isla de Jura. Y no pudieron decir por qué». El acto fue registrado en vídeo y guardado para la posteridad, pueden verlo al final de este texto. Lo que se generó alrededor de la banda hoy pertenece al territorio de lo mitológico, y este libro no hace sino abonarlo.

Lo que hace de ‘KLF: Chaos Magic Music Money’ un libro tan extraordinario es que no es un mero repaso a la trayectoria musical de Bill Drummond y Jimmy Cauty, o sea, de The KLF. Va mucho más allá, es un libro que profundiza en las creencias y filosofías de sus protagonistas, que les acompaña en su bajada a los infiernos, sin juzgarlos, y que intenta desesperadamente hallar una explicación a un acto imposible de entender, como es la quema de un millón de libras. ¿Acto político? ¿Artístico? ¿Antiartístico? ¿Posesión infernal? Estamos pisando terreno mágico, o del pensamiento mágico, porque, como dice Higgs, «un acercamiento enciclopédico y académico al grupo no revelaría nada de lo que estamos buscando». Y lo hace estableciendo conexiones entre el grupo y sus actos con todo un conjunto de teorías, conspiraciones, expresiones artísticas y culturales y personalidades históricas que tienen mucho en común y que forman una tradición propia: por estas páginas se pasean así «Carl Jung, Alan Moore, Robert Anton Wilson, Ken Campbell, Dadá, el Situacionismo, el Discordianismo, la magia, el caos, el punk, las raves y el simbolísimo alquímico en Doctor Who». Y esto es quedarse corto, creánme: también tira de conceptos sacados de la neurociencia y de la física cuántica, y otros tan aparentemente disparatados como la psicogeografía. También hay citas a Alister Crowley, Burroughs o Philip K. Dick, y se dejan ver gente como Brian Aldiss y otros ilustres experimentadores con el LSD, víctimas del control mental y, en general, gente que escucha voces en su cabeza o que tiene conversaciones en privado con alienígenas. Lo increíble es que toda esta empanada mental es necesaria porque forma parte del hechizo del libro, que presenta todo ello como si estuviera ahí solo para poder explicar el comportamiento de estos dos locos que llegaron a estar en la cima del mundo.

Solo un par de cosas más antes de meternos en el libro, y para terminar de entrar definitivamente en su juego: que Kindle te permita ver qué fragmentos del libro que estás leyendo han sido subrayados por otros lectores que lo compraron anteriormente es algo, a su manera, mágico también, que abre la lectura a un montón de casualidades, algo que seguro le habría encantado a Drummond y Cauty, a pesar de que al parecer estamos ante un libro del todo no-autorizado. Leerlo sabiendo las partes que otra persona seleccionó y consideró importantes puede ser molesto, no en el caso de un libro como este. La otra cosa es que su autor, JMR Higgs, decida firmar así, con las siempre misteriosas iniciales, algo que según su perfil de Twitter solo hace cuando escribe ficción. Parece querer así seguirle el juego a KLF, otras letras iniciales que siempre han estado rodeadas de misterio (¿Kings of Low Frequencies? ¿Kopyright Liberation Front? ¿King Lucifer Forever?). Higgs, por si quieren perderse en las capas de esta extraña obra, ha creado algunos recursos de lo más curiosos, como este Tumblr que genera aleatoriamente contenido relacionado con el libro y una cuenta de Twitter específica donde responde a preguntas relacionadas con él. Porque, definitivamente, estamos ante un artefacto que se presta a hacerse preguntas, más que a responderlas.

También ayuda bajarse la discografía del grupo para acompañar la lectura de los diferentes capítulos, casi 5GB de singles, recopilaciones, ediciones, bootlegs y demás material oficial y no oficial. Y, por favor, aquí no tiene ningún sentido hablar de piratería: ya se encargaron ellos de minar su propia trayectoria, de atacar a la industria desde diferentes flancos y, en última instancia, de quemar su producción discográfica, hoy recuperable gracias a internet. Como dice Higgs en estas páginas, Drummond y Cauty hicieron suyas algunas ideas de los situacionistas, especialmente aplicables hoy al copyright. Gracias a esos fans de KLF que ignoran el copyright de la misma manera y que comparten sus coleccionies de discos «es posible descargar toda la historia de The KLF en una tarde». En esta ftp tienen, además, un algunas imágenes del grupo, material promocional y fotos algunas de sus actividades, como la quema del millón. Y aquí un recopilación impagable de artículos aparecidos en prensa.

1. Operation Mindfuck: ¡Qué llegan los illuminati!

La primera parte de ‘Chaos Magic Music Money’ se centra en la vida de Drummond antes de montar con Cauty el grupo de rap The Justified Ancients of Mu Mu, que es un estado previo y efímero (les duró exactamente un año) de lo que luego sería The KLF. Estamos a mediados-finales de los ochenta, los años en los que Drummond trabajó con los grupos Echo & The Bunnymen y The Teardrop Explodes a través de su propio sello, que llamó Zoo Records, y después como A&R para Warner. Unos años en los que se va incubando en su cabeza extrañas ideas, como la presencia de un conejo de dos metros semidivino que pretende decirle algo, aunque todavía no sabía qué. Y son los años en que entra en contacto con la obra que posiblemente más le influyera: ‘The Illuminatus! Trilogy’ de Robert Anton Wilson (quien firmaba también con sus iniciales, RAW), una serie de novelas que se pueden considerar las abuelas de ‘El código Da Vinci’ y ‘El péndulo de Foucalt’, que se centran en conspiraciones mundiales y guerras entre sociedades secretas (los illuminati vs los discordianos, que explico un poco más abajo quiénes eran). De ahí cogió Drummond precisamente el nombre de The Justified Ancients of Mu Mu (o the JAMs) para su primer grupo. La realidad suele ser cruel y, como Higgs se encargó de constatar en su día, Robert Anton Wilson nunca había escuchado hablar de The KLF ni del millón de libras convertido en cenizas.

Algunas de las conexiones increíbles que suceden en esta parte de su vida son, como dice Higgs, producto de la casualidad, de la «sincronicidad», de las matemáticas, vaya: para quienes las viven parece que tienen todo el sentido del mundo, pero en realidad no hay ninguna causa detrás de esas coincidencias. Otra cosa es que Drummond no las interprete como tales y busque un sentido cósmico a su existencia. Otro libro muy importante que determinó esta manera de ver las cosas es ‘Principia Discordia’, un libro con una extraña capacidad para vincularse al asesinato de JFK. No entraré aquí en el tema JFK, en algo en lo que, como dice Higgs, parece que también hay mucho de asombrosas casualidades, pero este ‘Principia Discordia’ es interesante para esta historia porque creó de la nada una religión (o una parodia de religión, en realidad) llamada Discordianismo, que promulgaba que la idea de «orden» era una ilusión y que lo único que existe detrás de este falso orden es el caos. Ahora échenle imaginación y cultura popular: cuando MC5 cantaban aquello de «Kick out the Jams, motherfuckers!», en realidad era una demostración de que la industria musical estaba dominda por los illuminati. Y los Jams eran esa secta, the Justified Ancients of Mummu, en contínua guerra con los illuminati. Los Jams también fueron acusados en su día de ser responsables del asesinato de Kennedy. Ni que decir tiene que todo esto terminará jugando también un papel muy importante en la manera de actuar años después de The KLF, que como ya he dicho más arriba, en ocasiones adoptaron el nombre de the JAMs. La ficción empieza así a filtrarse en la realidad.

Lo del conejo gigante es otra especie de alucinación colectiva para algunos de los protagonistas de este libro. Para Drummond, fue una ilusión optica, una «aparición» que surgió cuando miraba por casualidad la portada de ‘Crocodiles’ (1980), el primer álbum de Echo & The Bunnymen, en la época en que trabajaba con ellos. Y tuvo una fuerte influencia en él. La banda ya explotaba inteligentemente su lado misterioso durante aquellos primeros días: supuestamente, Echo era el nombre de la caja de ritmos que usaban com batería. Pero Dummond quería que Echo fuera algo más, quería una historia que contarle a la prensa, quería que Echo fuera una extraña y vieja deidad pagana a la que se podía invocar, como Pan, y llegó a planear un concierto simultáneo del grupo de Ian McCulloch y The Teardrop Explodes en Islandia y Papúa Nueva Guinea, en el que «la energía fluyera desde el espacio hasta la Tierra». Todo ello para llamar al atención del conejo gigante porque, ¿saben qué?: si dibujabas una línea entre ambos conciertos en un mapa se formaba un par de orejas de conejo.

El conejo gigante, en otra de esas conexiones extrañas que establece el libro, también se le apareció alguna vez a RAW, incluso le hablaría directamente desde películas como ‘Harvey’ (1950, con James Stewart). Pero también es verdad que, en esa época, RAW, consumidor de LSD, había empezado a escuchar voces en su cabeza, que él interpretaba como la voz de un alienígena.

Pero de nuevo, lo que importa para esta historia es cómo Higgs sabe cruzar de forma magistral estas experiencias con cómo funcionan las religiones y las ideologías en nosotros, como operan en nuestras necesidades como seres humanos que buscamos respuestas y nuestro lugar en el universo. Escribe Higgs: «Todos necesitamos modelos que nos sirvan para tratar con el mundo que nos rodea. Necesitamos modelos que den forma a lo que pasa y que sirvan de alguna forma para predecir lo que ocurrirá en el futuro. Esto es lo mejor que nos ofrecen ideologías, religiones y filosofías. Lo que no deberíamos hacer es confundir estos modelos con el mundo real, el mapa con el territorio y el menú con la comida. Una vez esto es entendido, disminuye drásticamente la necesidad de luchar para proteger la ‘veracidad’ del modelo y somos libres para usar diferentes modelos, incluso que se contradicen entre ellos, según van cambiando nuestras circunstancias».

Saluden al súperconejo. ¡Buh!

Higgs encadena estas reflexiones con la idea de «magia» según Alan Moore, algo en lo que también voy a evitar meterme para no hacer este texto demasiado farrogoso. Solo recordar que la prensa británica se ha encargado de recordar a Drummond con frecuencia como un mago, alguien que actúa según esquemas marcados por actos simbólicos, con gusto por los rituales públicos, que cree que estos actos simbólicos y mentales pueden tener consecuencias en la realidad y «ese tipo de pensamiento mágico. El arte es magia, y por lo tanto el pop también. Y Drummond es un mago cultural…», escribió Charles Shaar Murray en ‘The Independent’. Hay que recordar aquí una cita de Moore, contenida en ‘From Hell’: «El único lugar donde los dioses existen de forma indiscutible es en nuestras mentes, donde son reales sin refutación posible, en toda su grandeza y monstruosidad». Según Moore, el artista es un pescador capaz de coger ideas del inconsciente colectivo y usarlas para crear algo capaz de llamar la atención de su audiencia. El propio Moore parece entender así lo de quemar un millón de libras, como «un poderoso acto de magia. No puedo hallar otra explicación para ello. Estás tratando con una forma de lenguaje, con un tipo de conversación de la que no estás seguro de qué es de lo que se habla… estás esperando una respuesta». Las conexiones que establece a partir de aquí Higgs entre cómo el mundo de la ideas y el mundo de lo real colaboran en nuestra percepción del mundo daría para escribir una toda una entrada en este blog. Y yo necesito volver a la Tierra para retomar la historia de Drummond.

Pero antes… un ejemplo de sincronicidad: yo también vi un día a un conejo de dos metros. Fue leyendo a Pynchon. Lo cuento aquí. Todo esto, estas conspiraciones, este magma cósmico de coincidencias, es tan pynchoniano…

2. Guerrilla pop: cómo hacer una canción perfecta, reirte de la industria y forrarte con ella

Estamos de vuelta en la Tierra y en la vida de Drummond, que había tenido que hipotecar dos veces su casa para la aventura de tener su propio sello y que había acabado tan harto de la industria que había decidido dejar su trabajo de A&R en Warner. «Es momento de una revolución en mi vida». Antes de mandarlo todo al carajo, decidió que tenía que grabar un disco: de ahí salió ‘The Man’ (1987), un álbum de «folk escocés», grabado en cinco días. La única persona capaz de dar salida a ese disco fue su amigo Alan McGee, en su sello Creation Records.

¿Quieren saber otra rara casualidad? Hasta hace un par de semanas nunca había oído hablar de este disco, ‘The Man’. La primera vez fue precisamente leyendo la autobiografía de Alan McGee, ‘Creations stories. Riots, raves and running a label’, donde Drummond aparece de refilón. Fue solo hace unos días. Por alguna conexión cósmica que se me escapa, he encadenado estas dos lecturas. Les dejo un momento, que tengo una llamada y es una conferencia extraterrestre.

Ya. Así que tenemos por fin a Drummond, con la idea de montar un grupo llamado The Justified Ancients of Mu Mu (the JAMs) en honor a la trilogía ‘Illuminatus!’. «El nombre podría representar el principio del caos en lucha contra la industria musical, una guerrilla de anarquistas musicales que nacen para interrumpir, confundir y destruir», escribe Higgs.  Y es entonces cuando decide llamar para ello a Cauty, la otra mitad de The KLF, que acababa de comprarse un sampler, el arma perfecta para capturar la realidad, alterarla y devolverla cambiada completamente de significado.

The JAMs solo sacaron un disco, ‘1987: What the Fuck is Going On?’, que como disco de rap puede que sea mediocre pero que «tuvo un papel pionero en consolidar el sampleo como acto creativo legítimo en la música moderna». Higgs lo explica de nuevo mucho mejor que yo, a partir de las ideas que los situacionistas tienen sobre el papel que juega el espectáculo en la sociedad consumista: «Todos los días somos bombardeados por anuncios, imágenes, canciones y vídeos. Forman parte del espectáculo del sistema, distracciones que nos mantienen atontados y alienados. Lo más importante es que estamos sujetos a ellos lo queramos o no, porque es casi imposible vivir en el mundo moderno sin estar sujeto a este bombardeo. Es una forma de polución psíquica, una de las muchas de las que somos forzados por los capitalistas. Y como no somos capaces de escapar de semejante ataque, la única respuesta honesta es putearlo«. Es decir: coger las imagenes que estamos forzados a ver y joderlas, hackearlas, darles la vuelta, lo que implica «cambiar el texto o el contexto para así subvertir su significado».

Higgs coge como ejemplo, para profundizar en todos estos aspectos, la canción ‘All You Need is Love’ de the JAMs…

…y la despedaza en partes. El título de la canción y los 15 primeros segundos es un robo a los Beatles, «la más alta expresión del modelo ‘banda de pop’ y considerados sin discusión los reyes de la música moderna». Como recuerda Higgs, la canción fue emitida por satélite en 1967 como parte del especial televisivo ‘Our World’, la primera retransmisión internacional vía satélite, un hito de la comunicación global con una audiencia estimada de 400 millones de personas, donde todos, en comunión mundial, cantaban al amor. Su «love, love, love» es manipulado por the JAMs hasta parecer algo medio ridículo, y se cruza con el sampleo de una voz que hace referencia a una enfermedad sexual sin cura: el SIDA, uno de los demonios de los ochenta. De esta forma se termina de dar la vuelta al mensaje hippie del amor libre por otro, «opuesto, más relevante y contemporáneo».

Drummond y Cauty ya empiezan a llamar la atención de la prensa. La canción, además, incluye también aquel famoso grito de «Kick out the JAMs, motherfuckers!» y otros guiños a la trilogía de ‘Illuminatus!’, que les hace parecer una banda que ya llevaban tiempo tocando (¡unos 20.000 años!) y a la que nadie conseguirá callar. Supieron incluso sacar provecho de los problemas legales de samplear a ABBA, fueron a Suecia con un periodista y montaron un número, destruyeron las copias del álbum prendiéndoles fuego, y las que quedaron las tiraron al mar desde el ferry que les llevaba de vuelta a casa, donde además protagonizaron la que, según Higgs, fue su única actuación en vivo. Y «fue el comienzo de la reputación de Drummond y Cauty como maestros de los golpes publicitarios», una vuelta de tuerca al «tradicional rol de manipulador mediático estratégico y cínico» personalizado en Malcolm McLaren. Ellos no eran estratégicos ni cínicos. No había en la idea de quemar su disco de debut en una pira nada premeditado, ningún plan trazado meticulósamente, solo caos, el mismo caos que les llevaría luego a quemar el millón de libras.

El verdadero golpe en la mesa, el torpedo defintivo, el pepinazo, el hostión pirateado, llegó cuando se les ocurrió samplear la música de ‘Doctor Who’ con el ‘Rock n’ Roll (Part Two)’ de Gary Glitter y de ahí salió ‘Doctorin’ the Tardis’ (1988), que fue número uno, vendió más de un millón de copias y les empezó a dar mucho dinero. «Un millón de copias de energía y anarquía». También les sirvió de nuevo experimento con la prensa: aquí se inventaron que la canción había sido compuesta por un coche, un Ford de los sesenta, al que le grabaron incluso un video-clip; según Higgs, ante la imposibilidad de llevar un coche a ‘Top of the Pops’, se optó por llevar a Gary Glitter con una capa plateada. Y la canción sirvió también, claro, para seguir alimentando la ya extensa mitología que rodea a la serie británica, en la que Higgs bucea hasta marear al lector (de nuevo, con conexiones con Alan Moore, Crowley o David Lynch) y en la que tampoco voy a entrar o no teminaré de escribir esto nunca.

Ahora la cosa era: ¿qué hacer con el dinero ganado? Drummond y Cauty reaccionaron al éxito escribiendo un libro, un manual, o mejor dicho, EL MANUAL: ‘The Manual (How to Have a Number One The Easy Way)’ (1988, pueden consultar el PDF aquí). Tiene su lógica: enfrentarse al éxito masivo escribiendo un libro para que, el que quiera, pueda alcanzar ese éxito masivo. Venía hasta con garantía: si lo seguías al pie de la letra y no conseguías un número 1, se te devolvían las 5,99 libras que costaba (sí, habéis leído antes bien: en Amazon un ejemplar en papel puede alcanzar un precio de locos). Según escribe Higgs, uno de los que leyó el libro fue Jamie Reynolds de the Klaxons, lo que no sabemos si tuvo algo que ver en que el grupo consiguiera un premio Mercury en 2007 por su disco de debut, ‘Myths of the Near Future’, un disco, por cierto, y esto no lo dice Higgs, lo digo yo, plagado también de referencias ocultas, la más obvia, de nuevo, a Pynchon en ‘Gravity’s Rainbow’. Lo que no es casualidad es que el grupo se englobara en eso que se llamó nu-rave.

Seguimos en 1988. Con la llegada de las raves, y ya como The KLF, Drummond y Cauty deciden lanzarse a hacer música dance, se construyen su propio estudio en Londres donde Cauty establece su residencia fija y a partir de ahí, en los siguientes meses, encadenarían una serie de singles incontestables, irreprochables, maravillosos, que sirven por sí solos para justificar toda una carrera y toda la palabrería alrededor del grupo. Es su santísima trinidad, su Trilogía del Stadium House: ‘What Time is Love?’, ‘3am Eternal’ y ‘Last Train to Trancentral’. The KLF es y sería un grupo de singles, casi todos incluidos en un álbum, ‘The White Room’ (1991). En esos meses, el grupo entraría en estudio para rehacer con frecuencia gran parte del material que ya habían grabado, puliéndolo hasta convertilo en material no ya solo de primera, sino apto para ser consumido por cualquiera.

No es casualidad que un grupo tan político eligiera la música electrónica y las raves para expresarse contra el sistema. Como escribe Higgs y ya han escrito antes otros, la cultura rave es completamente opuesta a la cultura rock en muchos aspectos, especialmente en la glorificación de los músicos y en conceptos como la autenticidad porque en ella el autor no es importante, solo la música, la experiencia, la celebración colectiva, el ritual; es una cultura anónima donde se celebra la diversión de la audiencia y no el culto al dios, una audiencia que baila y se mezcla, sin mirar hacia a ningún escenario como si estuvieran ante un altar. Surgió de forma espontánea y es igualitario, anti-violento y criticado por los medios y los gobiernos.

Como decía al principio, y para desgracia mía, esto no quiere ser un texto sobre la música, porque en realidad me muero y me muerdo los dedos por poder escribir sobre canciones como estas. A ver: uno siente predilección por grupos que hacen del misterio su territorio, como The Residents, pero es que encima que estamos hablando de temas que consiguen elevarte varios metros por encima del suelo. Que de alguna manera son alquímicos también: es una destilación pura del pop. Son perfectos. Y así es como funcionan en nuestro organismo.

Sus actuaciones también están marcadas entonces por actos como soltar 20.000 libras a la multitud que bailaba ante ellos, que era la recaudación que cobraron por su actuación esa noche. Como dice Higgs, «la idea de darle algo tangible al público es una constante en muchas de sus actuaciones». Otras veces fueron helados. O directamente los instrumentos y aparatos de mezclas.

3. El desierto, el submarino, el bajón

Para 1989-1990, el grupo se dedice a explorar otros territorios, como la música ambient e incluso las ambient movies, como ‘Waiting’ (1990) o ‘The White Room’ (1989), rodada en parte en Sierra Nevada y donde «no ocurre demasiado, al margen de que la pareja se encuentran un águila muerto y que paran en un momento dado a llenar la gasolina», según Higgs. Esta última película costó 250.000 libras y quedó sin editar ni publicar, la versión que puede verse en el link de arriba es, al parecer, un bootleg. De nuevo, alrededor de la película crecen todo tipo de conexiones y conspiraciones. Échen un ojo a esta nota de prensa. Fechada en febrero de 1990 y centrada ‘The White Room’, en ella la pareja de músicos se lamenta, entre otras cosas, de haber recibido todo tipo de cartas y correos enviados por discordianos reales (y americanos) y relacionadas con la Operation Mindfuck. ¿Era esta otra operación hábilmente tejida por el grupo? Higgs confirma que The KLF podría estar en el punto de mira de estos por su uso de una mitología que consideraban propia y que no es nada raro: la prensa había aireado sus escándalos y ellos mismos se habían anunciado, en muchas ocasiones con su dirección de correo. «The White Room» queda así convertida en una suerte de Santo Grial inalcanzable. «La película, por tanto, no fue solo algo para hacer dinero o relanzar su carrera. Era, al contrario, un paso adelante en el camino hacia la búsqueda de la iluminación», escribe Higgs.

Lo que no quita para que, como apuntan otras hipótesis, todo esto sea necesariamente un invento de la pareja para dar sentido a una película que, sin misterio, sería todavía más aburrida. ¿Lo sabremos algún día? El hecho es que la pareja nunca tuvo dinero para acabarla y que su banda sonora, el disco ‘The White Room’, fue re-elaborada y finalmente sirvió para acoger versiones de sus singles, ‘3am Eternal’, ‘What Time is Love’ y ‘Last Train to Transcentral’, lo que la convirtió en un álbum de éxito, claro. «Terminar esa road movie hubiera acabado en la muerte», dice Higgs que señaló en su día Drummond. «No estamos todavía preparado para eso».

Entre los logros más celebrados del grupo en esta época está el álbum ‘Chill Out’ (1990), que pretende ofrecer un recorrido sonoro por la América mística, la banda sonora de una road movie, entre paisajes desérticos, bocinas de coches, algún remolino de viento y samples de Elvis Presley o Fleetwood Mac. Es el típico disco que no falta en ninguna recopilación sobre discos fundamentales de la historia elegidos por la prensa o en esos libros tipo ‘Los 1.000 Discos Que Debes Escuchar Antes de Morir’.

Como dice Higgs, la simbología religiosa en The KLF está mucho más presente que en the JAMs (ahí está el tema titulado ‘The Church of The KLF’, que comienza con lo que bien podría ser un órgano de iglesia). En esta época el grupo celebra rituales, como el de la isla de Jura durante el solsticio de verano de 1991, que es la isla donde posteriormente quemarían el millón de libras, un acto colectivo alrededor de un wicker man gigante. Allí invitaron a una docena de periodistas en un viaje privado, les vistieron con túnicas y les llevaron por la isla en una procesión silenciosa. Al final del recorrido, alrededor del hombre de mimbre, con música trance de fondo, Drummond hablaba de forma improvisada en un lenguaje inventado y un cuerno en la cabeza. Ni que decir tiene que acabaron prendiendo fuego a la estatua. Todo como una ceremonia pagana. Al parecer, de nuevo debido a una coincidencia, ese verano hubo otro wicker man ardiendo en el desierto de Nevada.

En la última parte del libro Higgs establece conexiones entre la música y el paganismo griego, el mito de Fausto, la utilización de lenguas en ceremonias religiosas o, directamente, de la presencia del diablo en la cultura popular, y por extensión, sobre la fructífera relación entre el rock y satán, como la obsesión de Jimmy Page por Crowley. Y de ahí al ‘God is a DJ’. Y hay espacio también para su último gran single de la pareja, ‘Justified and Ancient (Stand by the JAMs)’, lanzado en 1991. Se trata de otra de esas canciones que sufrieron varias elaboraciones por parte del grupo durante años hasta alcanzar una forma final, una forma de single perfecto, claro. El video incluyen bailarinas y percusionistas africanos, más referencias al Discordianismo (como el submarino), la voz y presencia invitada de la cantante country Tammy Wynette y unas líneas subtituladas en las que se repasaban los éxitos comerciales de la señora Wynette: 25 años en el negocio, 11 álbumes número uno consecutivos, 20 singles número uno, 2 Grammies, 5 matrimonios, 3 hijos, la primera dama en vender más de un millón de copias de un álbum.

La letra, por otro lado, no puede ser interpretadas de una manera lógica («They’re justified / And they’re ancient / And the drive an ice-cream van») más que atendiendo a sus propias referencias. Según Higgs, «si the JAMs fueron un ataque a una industria obesionada con la autenticidad, con canciones auténticas y grupos auténticos, entonces ‘Justified and Ancient’ puede verse como la conclusión de este proyecto. Vista desde fuera, ninguna línea de su letra tiene sentido. Internamente, sin embargo, si aceptas que responde a su propia mitología y a su propio lenguaje, entonces parece completamente válida. Además de conseguir un single de pop clásico […], en términos situacionistas era puro espectáculo». La canción fue número 1 en 18 países.

El show estaba a punto de terminar para ellos. En octubre de 1991 decidieron conmemorar el 500 aniversario del descubrimiento de América con otra relectura de ‘What Time is Love’, titulada para la ocasión ‘America: What Time is Love’. De nuevo, se volvía a recrear un viaje mitológico que terminaba con la quema del barco vikingo.

Epílogo: Balas de fogue y el puto millón

El fin de fiesta era inminente y sería espectacular. En febrero de 1992, el grupo ganaría el premio a la Mejor Banda en los premios Brits de 1992 y aceptó tocar en la gala. Según cuenta Higgs, el año anterior ya se intentó llegar a un acuerdo con el grupo para que actuara en los premios, que finalmente no salió debido a sus planes para la ceremonia: pretendían llenar el escenario de ángeles y zulús y hacer su entrada encima de elefantes. «El aspecto que hizo que el contrato se rompiera fue probablemente sus planes para cortar la pierna de uno de los elefantes con una sierra eléctrica. El elefante, según dijeron, representaba a la industria musical».

Así que estaba claro que, aunque acepataban la invitación de los Brits, no iban a pasar por el aro de la industria. Las primeras ideas incluían descuartizar una oveja muerta y algunos litros de sangre, un animal muy cercano a las imagenes de The KLF. Otra idea fue cortarse una mano en directo. «Fue una conversación peligrosa, que mostraba el estado de excitación en que se encontraba la pareja», escribe Higgs. La idea incluía salir al escenario con Extreme Noise Terror, un grupo de «metal extremo», vegetarianos y defensores de los derechos de los animales, y cantar una versión igualmente extrema de ‘3am Eternal’. Al final se filtraron algunos rumores sobre la oveja y tuvieron que improvisar: la atronadora versión de ‘3am Eternal’ incluía perlas para la industria musical británica (BPI) y, al final, Drummon sacaba una metralleta y disparaba balas de fogeo contra el público, entre el que estaba gran parte de esa industria. No he encontrado el vídeo en YouTube, pero por suerte no es la única fuente de imágenes históricas en internet. Lo he encontrado aquí y aquí, donde se ve mejor el final de fiesta, con tiros incluidos.

Por cierto, The KLF fueron premiados como la Mejor Banda del año junto a Simply Red.

Para Higgs, este acto coincide con la muerte de la industria musical, que creativamente solo ha podido aportar en los años noventa subgéneros a lo ya conocido, pero ya no hay «continentes de música por explorar» y «todas las fronteras han sido colonizadas». Se entregó definitivamente a la nostalgia. Y para Higgs, y esto es lo realmente importante aquí, Drummond y Cauty habían fallado de en su ambiciosa tarea. Nunca podrían herir a la industria ni luchar contra ella. Y lo que es peor: «Estaban en algún lugar muy oscuro». En una entrevista posterior, Drummond llegó a decir esto:

«Mirando atrás, nos damos cuenta de que realmente no sabíamos cuál era nuestra motivación. Solo sabíamos que teníamos, como cualquier otro, ese lado oscuro de nuestra personalidad. Nos asomamos a nuestra alma y entramos en la misma zona en que Manson debió de entrar… o ese tipo de la masacre de Hungerford […]. Es la misma zona. Alguien recientemente usó la frase ‘rebeldes corporativos’, creo que para referirse a Manic Street Preachers, y ni Jimmy ni yo queríamos ser solamente rebeldes corporativos porque ya había muchos de esos en la industria musical. Lo nuestro fue como darse cabezazos y más cabezazos, intentando algo hasta que fue insoportable. Aquello fue completamente inútil y no sabías por qué lo estabas haciendo, solo que debía ser hecho. Y eso fue lo que Michael Ryan hizo: simplemente se levantó una mañana y pensó ‘bien, hoy es el día en que saldré ahí a por esos hijos de puta’, y fue y disparó a los hijos de puta…».

Con el grupo convertido en un éxito masivo y global, ¿cómo recuperar sus almas después de semejante descenso a los infiernos?, se pregunta Higgs. Pararon cualquier actividad. Pararon con The KLF. Salieron del país y se fueron una temporada a México. Y borraron su catálogo de discos. «Al menos en el Reino Unido no hay discos de KLF en las tiendas, ni reediciones ni canciones en compilaciones, anuncios o videojuegos. De muchas maneras, este acto fue más brutal que el posterior de quemar el dinero. Solo en términos financieros, está estimado que esto les ha costado unos cinco millones de libras en futuras ganancias», dice Higgs.

Pero volamos al millón y cerremos esto ya. Para que se hagan una idea del dinero que seguían recibiendo, según algunas noticias de la época, como esta del ‘NME’, también publicada a finales de febrero de 1992, cuando Rough Trade Distribution colapsó, debía una deuda a The KLF de medio millón de libras.

Higgs hace aquí un último esfuerzo increíble por contextualizar la época, esos años a principios de los noventa, protagonizado por unos jóvenes y no tan jóvenes que solo sentían bajo ellos un vacío generacional y apatía y nihilismo. Habían sido elegidos para asistir al fin de la historia, a la muerte del viejo orden. En Inglaterra, la Tercera Vía de Tony Blair significaba que los políticos ya nunca más se guiaban por las ideologías, sino por las encuestas. Y no importaba lo que hicieran sino cómo lo vendías a la prensa. Maastricht. El suicidio de Cobain. Netscape. «El viejo orden sería borrado. La Era de las Comunicaciones había nacido», escribe Higgs, para quien, además, esta época supone el fin del florecimiento salvaje de nuevos cultos, religiones y sectas, que vivieron su boom de 1945 a 1990. Los primeros 90s fueron un periodo de transición entre un sistema decadente y otro nuevo, traumático como todos los periodos de transición, aunque bueno para el nacimiento de vanguardias y movimientos artísticos, como lo fue en su día, según Higgs, el nacimiento de Cabaret Voltaire y del dadaísmo, considerado la forma de anti-arte por excelencia y cuyo eco resuena en otros movimientos del siglo XX como el situacionismo, el discordianismo y del punk, con los que Higgs, como ya hemos dicho por aquí, ha vinculado las actividades de The KLF desde las primeras páginas de este libro.

En 1993, la pareja, que ya había adoptado el nombre de The K Foundation, pagó anuncios en la prensa que rezaba ‘Abandon All Art Now’. Todos con estilo habitual iluminado, con su tracional logo piramidal y con mensajes crípticos. En realidad habían cambiado de objetivo: ya no sería la industria musical, sino la industria del arte. Crearon para ello un premio (The K Foundation Prize; definido años después de forma magistral como «filantropía hostil») dirigido a resaltar al peor artista del año, dotado de 40.000 libras (el doble que el Turner) y pagaron anuncios en la televisión el mismo día que se fallaba el Turner. La ganadora fue, claro, Rachel Whiteread, ganadora ese mismo día del Turner. Como no fue a recogerlo, amenazaron con quemar el dinero al final del día, y llegaron a mojarlo en gasolina. Finalmente la premiada apareció, cabreada, y dijo que donaría el premio a artistas jóvenes.

En este punto de la historia, todo el mundo parece coincidir en que si se hubieran quemado esas 40.000 libras, otro gallo hubiera cantado. «Quemar el dinero en las escaleras de la Tate habría tenido un gran impacto en el mundo del arte, más que cualquier otra cosa que la pareja hubiera planeado, y probablemente nunca hubieran quemado posteriormente el millón», escribe Higgs, para quien la industria del arte no tiene nada que ver con la musical. En música cualquiera puede componer una canción perfecta. En el mundo del arte, puede que quemar dinero sea un acto artístico, pero solo si lo llevan a cabo artistas. Ellos pensaron en quemar el  millón en una galería, pero entonces la gente lo hubiera considerado una forma de arte. Y tampoco era eso lo que querían.

Lo llevaron finalmente a cabo el 23 de agosto de 1994.

¿La explicación final? Ellos entendían el arte como una acto mágico. Y «la negación del dinero, en este contexto, puede verse como un sacrificio […]. Estás ofreciendo algo de valor con la esperanza de obtener o recibir algo diferente». La definición de magia de Alan Moore se vuelve ahora especialmente útil para Higgs, y para obtener una última respuesta: «El dinero es el ejemplo perfecto de algo que no existe pero que parece que existe. El dinero tiene valor solo porque nosotros decimos que lo tiene. Es una ilusión compartida por personas y gobiernos, apoyada por instituciones y leyes».

Y es necesario, además, que esté en continuo movimiento porque «desde el punto de vista del sistema monetario, solo hay una perversión: apartar el dinero de forma permanente de la circulación».

Y todas las religiones penalizan prácticas como la usura como tabú. No solo Jesús lo hizo, también «Platón, Moises, Mahoma, Aristóteles y Buda».

También the JAMs, en la literatura de ficción y como herramienta de Drummond y Cauty, fue formada para destruir la usura.

Todo esto me resulta tristísimo a estas alturas.

Así que me voy. Aquí les dejo el vídeo con la quema del maldito dinero. Y si aún tienen fuerzas, una entrevista de Stewart Home a Drummond. Y un último acto de sincronicidad, reflejo, desesperado: yo entrevisté una vez Stewart Home. Pero esa es otra historia.

PD: Apunten esta fecha: en noviembre de 1995, the K Foundation anunciaron que dejaban toda actividad y que, durante los próximos 23 años, nunca hablarían de la quema del millón. Puede que cuando se cumpla este plazo vuelvan a dar señales de vida y entonces nos enteremos de algo por ellos mismos. Si es que para entonces han conseguido saber por qué hicieron algo así.

  1. Sobresaliente artículo.

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